El informe de UNU-EHS plantea una cuestión crucial: ¿por qué, si tenemos claridad sobre las acciones necesarias para abordar las crisis ecológicas y sociales que enfrentamos, seguimos sin lograr avances decisivos? Esta pregunta trasciende la lógica técnica o de implementación. Apunta a una brecha más profunda entre el conocimiento y la acción, entre el consenso científico y la transformación sistémica. Este informe nos invita a repensar las estructuras subyacentes de nuestra civilización y propone una hoja de ruta teórica y práctica para reconfigurar nuestros sistemas sociales, económicos y ambientales desde su raíz.
👉 informe de @UNU-EHS (Interconnected Disaster Risks report)
Indicadores críticos del presente:
- 2023 fue el año más caluroso jamás registrado, reflejando una aceleración sin precedentes del cambio climático.
- Se producen más de 2.000 millones de toneladas de residuos domiciliarios al año, cifra que podría duplicarse hacia 2050 si no se revierten las tendencias actuales.
- Cerca de un millón de especies están en riesgo de extinción, lo que compromete la biodiversidad y los servicios ecosistémicos.
- Se estima que hasta el 75% del litio extraído podría ser desechado para mediados de siglo, un símbolo de la ineficiencia del modelo lineal de producción.
- El 95% de la superficie terrestre ha sido modificada por actividades humanas, alterando drásticamente los equilibrios ecosistémicos globales.
A pesar de la contundencia de estos datos y las reiteradas advertencias de la comunidad científica, muchas respuestas institucionales y ciudadanas siguen siendo superficiales o fragmentadas. El informe destaca que enfrentamos no solo una crisis ambiental, sino una crisis de valores, de percepción y de diseño sistémico. Los paliativos actuales no son suficientes; necesitamos transformar las raíces mismas de nuestros sistemas.
Cambios estructurales propuestos por la Teoría del Cambio Profundo (ToDC):
- Repensar los residuos: Pasar de una economía lineal, basada en extraer, producir, consumir y desechar, a una economía circular donde los materiales se mantengan en uso y se minimice la pérdida de recursos.
- Realinearse con la naturaleza: Reconocer que los humanos no estamos por encima de la naturaleza, sino que somos una parte integral de ella. Esto implica reintegrar los procesos ecológicos en las decisiones humanas.
- Reconsiderar la responsabilidad: Asumir una responsabilidad colectiva a escala planetaria, entendiendo que nuestras decisiones locales tienen impactos globales. Esto incluye justicia climática, equidad intergeneracional y cooperación internacional.
- Reimaginar el futuro: Superar el cortoplacismo institucional y cultural para adoptar una visión de largo plazo que priorice los derechos y necesidades de las generaciones futuras.
- Redefinir el valor: Cuestionar el paradigma dominante que equipara valor con crecimiento económico. En su lugar, integrar valores como bienestar, salud ambiental, equidad y resiliencia en las métricas de desarrollo.
Esta transformación exige algo más que innovación tecnológica o ajustes regulatorios. Implica reestructurar las metas y narrativas que orientan nuestras políticas, nuestras culturas y nuestras economías. Por ejemplo, reciclar es una práctica positiva, pero resulta insuficiente si no abordamos la lógica de obsolescencia programada, el hiperconsumo y la sobreproducción que generan residuos en primer lugar.
El informe concluye con una nota de esperanza activa: nuestras sociedades son construcciones humanas, y como tales, pueden ser rediseñadas. Cambiar nuestras creencias fundamentales, nuestros modelos mentales y nuestras estructuras institucionales es posible. Si cultivamos nuevas raíces basadas en valores regenerativos y colaborativos, podremos cosechar frutos distintos: un planeta habitable, comunidades resilientes y una economía en armonía con los límites planetarios. Este no es solo un llamado a la acción, sino una invitación a imaginar, diseñar y construir colectivamente una civilización regenerativa y justa.