Durante los últimos tres millones de años, en la época geológica conocida como el Cuaternario, el planeta ha mantenido condiciones climáticas y biológicas relativamente estables, en las cuales se desarrollaron los ciclos de carbono, los océanos, y las capas de hielo, configurando el planeta tal como lo conocemos hoy. Este periodo, denominado el “corredor de vida”, presenta un rango de temperaturas entre -6°C (en eras glaciales) y +2°C respecto a los niveles preindustriales, permitiendo la evolución de los ecosistemas y, en los últimos 10,000 años del Holoceno, la estabilidad climática necesaria para la aparición de la agricultura y el desarrollo humano.
A medida que se queman combustibles fósiles, se está forzando al planeta a salir de este “corredor de vida” cuaternario. Este equilibrio se mantiene gracias a mecanismos de amortiguación natural, como la absorción de CO₂ y calor por los océanos y los ecosistemas terrestres, que capturan hasta el 90% del calor. No obstante, al llevar estos sistemas al límite, se corre el riesgo de cruzar puntos de inflexión que podrían desplazar irreversiblemente al planeta de las condiciones de estabilidad del Cuaternario, llevando a cambios abruptos y permanentes en el clima global.
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Puntos de inflexión: límites planetarios y el riesgo de cruzarlos
Científicos han identificado nueve límites planetarios clave, y varios de estos ya se encuentran cerca de su punto crítico debido al cambio climático acelerado. Aunque la Tierra ha experimentado fluctuaciones entre eras glaciales y períodos cálidos, el actual aumento de gases de efecto invernadero podría desestabilizar sistemas vitales como la capa de hielo de Groenlandia, con efectos irreversibles.
La Tierra es un sistema autorregulado compuesto por esferas interconectadas —la hidrosfera, criosfera, biosfera y geosfera—, cuyo equilibrio depende de procesos biológicos, físicos y químicos. Cuando se alcanza un umbral crítico, estos sistemas entran en “puntos de inflexión”, donde una pequeña perturbación desencadena un bucle de retroalimentación positiva, amplificando el cambio hasta consolidarse en un nuevo estado. Un ejemplo cotidiano de este fenómeno es un micrófono amplificando su propio sonido en un altavoz, cada pequeño ruido se refuerza hasta que el sonido es ensordecedor.
Acostumbrados a cambios lineales, donde el impacto de cada incremento es constante, nos cuesta entender la naturaleza no lineal del sistema climático. Aquí, cada fracción de grado adicional tiene un efecto mayor que el anterior, al igual que el interés compuesto que aumenta exponencialmente. Este calentamiento no solo provoca fenómenos extremos cada vez más intensos, como huracanes y olas de calor, sino que también podría cruzar puntos de inflexión de consecuencias irreversibles.
Los eventos extremos y los puntos de inflexión están relacionados en un círculo vicioso: el calentamiento intensifica los fenómenos extremos y estos, a su vez, pueden empujar al planeta hacia límites críticos. Si bien los fenómenos extremos suelen ser rápidos y reversibles, los puntos de inflexión son lentos, difíciles de revertir y, una vez cruzados, permanentes. La preocupación actual es que algunos de los sistemas más vulnerables, como la biosfera, podrían ser los primeros en alcanzar estos límites críticos, alterando irrevocablemente el equilibrio del planeta.
Biósfera: sistemas de amortiguación y riesgos de puntos de inflexión
Se han identificado 16 sistemas críticos en la Tierra que actúan como amortiguadores naturales del clima, a través de procesos de “retroalimentación negativa”, que absorben y regulan elementos como el carbono. Un ejemplo es el Amazonas, que en su estado saludable produce el 40% de su propia lluvia y absorbe grandes cantidades de CO₂, estabilizando el ecosistema. Sin embargo, el aumento de temperatura y la deforestación pueden llevar a que estos sistemas crucen puntos de inflexión. Al alcanzarlos, el sistema pierde su capacidad de absorber carbono y de generar humedad, y se transforma progresivamente en una sabana.
Para que un sistema se considere en riesgo de punto de inflexión, debe tener múltiples estados estables (como la transición de selva a sabana o de sabana a desierto) y ser clave en la regulación biogeoquímica del planeta. La importancia de proteger estos sistemas es evidente al considerar que solo en el primer metro de suelo terrestre se almacenan entre 1,500 y 1,800 mil millones de toneladas de carbono, de tres a cuatro veces más que el carbono liberado por la quema de combustibles fósiles.
Este carbono almacenado naturalmente, junto al contenido en la vegetación y el permafrost, es crucial para mantener la estabilidad climática. Sin embargo, el riesgo latente es que el propio planeta, en vez de amortiguar el exceso de carbono, comience a emitirlo si estos sistemas se ven comprometidos. En el caso del Amazonas, una interrupción en su ciclo de humedad autogenerado podría degradarlo rápidamente. Estos cambios en la biósfera son abruptos y definitivos, como el paso de un árbol de la vida a la muerte o el punto de congelación del agua: una vez que se supera, la transformación es irreversible.
Capas de hielo: sistemas críticos de inflexión y efectos en cascada
Las grandes capas de hielo, como las de Groenlandia, la Antártida y glaciares en el Himalaya y el Tíbet, son sistemas de enfriamiento esenciales, reflejando el 90% del calor solar hacia el espacio. Este efecto regula la temperatura del planeta, pero el calentamiento global está derritiendo gradualmente estas masas, lo que reduce la capacidad de reflexión y aumenta la absorción de calor. Este cambio establece un punto de inflexión irreversible, donde el hielo se derrite de manera autosostenida.
Un claro ejemplo es la capa de hielo de Groenlandia, que se derrite progresivamente desde la cima. Al reducir su altura, la temperatura aumenta en un grado por cada cien metros de pérdida, acelerando el deshielo. Este proceso no solo contribuye al aumento del nivel del mar, sino que también altera las corrientes oceánicas, ya que el agua dulce del deshielo reduce la salinidad del Atlántico Norte y ralentiza corrientes clave como la del Golfo. La ralentización de estas corrientes podría incluso afectar la estabilidad de la Antártida Occidental y generar una cadena de efectos en cascada en el clima global.
Estos sistemas de inflexión operan con “histeresis”, lo que significa que una vez cruzado el punto de no retorno, como el deshielo de Groenlandia, no es posible regresar al estado inicial sin condiciones extremas, como una era glacial. El riesgo de efectos en cascada radica en que un cambio en un sistema, como el deshielo de Groenlandia, puede desencadenar alteraciones en otros, como la precipitación en los trópicos o el régimen de lluvias en el Amazonas.
Este complejo sistema interconectado desafía nuestras expectativas de cambios lineales. En el pasado, se han registrado episodios de transformaciones rápidas y no lineales, y los grandes mantos de hielo, con sus umbrales bajos, pueden ser desencadenantes de estas transiciones en cascada, con las corrientes oceánicas como mediadoras de estos impactos globales.
El AMOC: la circulación de vuelco del Atlántico y sus implicaciones globales
La Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés) es un sistema clave de corrientes oceánicas que transporta calor desde el Atlántico Sur, pasando por el ecuador y hacia el Atlántico Norte. Similar a un sistema de calefacción, el AMOC lleva agua caliente hacia el norte, donde el calor se libera a la atmósfera, enfriando el agua que luego se vuelve más densa y desciende, regresando al sur en capas profundas. Este ciclo, con un volumen de flujo equivalente a 100 veces el del río Amazonas, transporta grandes cantidades de calor que regulan las temperaturas a lo largo del Atlántico.
Desde mediados del siglo XX, se ha detectado una ralentización en el AMOC, reflejada en la aparición de una “mancha fría” al oeste de Gran Bretaña. Esta desaceleración, causada en parte por el deshielo de Groenlandia, que reduce la salinidad del Atlántico Norte, actúa como un bucle de retroalimentación positiva, en el cual la menor salinidad ralentiza aún más el AMOC. Si el sistema llega a un punto crítico, esta desaceleración podría tornarse irreversible, afectando la circulación y aumentando el riesgo de impactos graves en la vida marina y los ecosistemas oceánicos profundos.
Un colapso total del AMOC tendría efectos drásticos: en Europa, las temperaturas invernales podrían caer hasta 30°C, transformando radicalmente el clima. Además, este fenómeno afectaría las bandas de lluvia tropicales, desplazándolas hacia el sur, lo cual provocaría sequías en algunas regiones habitualmente húmedas y lluvias excesivas en otras, alterando ecosistemas y sistemas agrícolas no preparados para estos cambios. En conjunto, estos posibles cambios demuestran cómo el AMOC actúa como un regulador climático fundamental, cuya estabilidad es crítica para el equilibrio climático global.
Estados de la Tierra: cuatro equilibrios climáticos
A lo largo de la historia paleoclimática, la Tierra ha transitado por cuatro estados de equilibrio climático. El primero, la “Tierra Bola de Nieve”, se caracteriza por un enfriamiento extremo que expandió las capas de hielo, reflejando casi toda la radiación solar y generando una autorregulación de enfriamiento global. Este estado es irrelevante para nosotros hoy, ya que el calentamiento global actual lo ha vuelto imposible. El segundo es la “Edad de Hielo”, un estado de oscilación entre glaciaciones e interglaciares en el que la Tierra mantiene grandes capas de hielo en los polos y un promedio de temperatura unos 5-6°C más frío que en la actualidad.
El tercer estado es el “Interglacial”, el cual permitió el desarrollo de la civilización. Este estado de relativo calor con temperaturas promedio de 14°C, mantiene capas de hielo en ambos polos y se considera ideal para la vida humana. El cuarto y más extremo estado es el de “Invernadero”, o “Hothouse Earth,” un planeta tropical donde el deshielo total y la absorción continua de calor activan un ciclo de retroalimentación que libera grandes cantidades de gases de efecto invernadero como metano y vapor de agua, intensificando el calentamiento. La última vez que la Tierra estuvo en este estado fue hace 60 millones de años.
Actualmente, el planeta se encuentra en el estado interglacial del Holoceno. Sin embargo, el uso de combustibles fósiles y la deforestación están debilitando la capacidad de amortiguación de la Tierra y acercando el umbral hacia un estado de “Invernadero”. Aunque aún es posible evitar este punto de no retorno, la ventana de oportunidad se está reduciendo rápidamente, y el mayor desafío consiste en evitar desencadenar este cambio irreversible que podría alejar al planeta del único estado climático que sostiene la vida humana como la conocemos.
¿Punto de no retorno?: señales y probabilidades de cambio irreversible
Existen crecientes señales de advertencia de que algunos puntos de inflexión climáticos podrían estar más próximos de lo que se pensaba. La evidencia científica sugiere que sistemas críticos, como la capa de hielo de Groenlandia, la Antártida Occidental, el permafrost ártico, los arrecifes de coral tropicales y el hielo del mar de Barents, podrían alcanzar sus puntos de no retorno con un calentamiento global de 1.5°C. Al cruzar estos umbrales, el cambio se volvería autosostenido: el nivel del mar aumentaría rápidamente y el sistema terrestre pasaría de mecanismos de “autoenfriamiento” a “auto-calentamiento,” haciendo irreversible el proceso.
Según los escenarios de emisiones actuales, alcanzaríamos 1.5°C de calentamiento en la década de 2030 y 2°C en la de 2050. Superar los 2°C en las próximas décadas aumenta el riesgo de activar estos puntos de inflexión. Aunque la probabilidad de estos eventos extremos es del 5%, esta posibilidad se vuelve significativa si consideramos sus consecuencias irreversibles para el planeta.
Para comprender esta amenaza, es útil una analogía: enfrentar un 5% de riesgo de colapso climático es como abordar un avión con la misma probabilidad de estrellarse; aunque el 95% sugiere seguridad, el 5% sería suficiente para que la mayoría de las personas reconsiderara volar. Asimismo, cada vez que lanzamos los dados en este contexto —es decir, cada año que se acumulan más gases de efecto invernadero en la atmósfera—, aumenta la probabilidad de que, eventualmente, el planeta cruce uno de estos umbrales, llevando al sistema climático global a un estado irreversible.